Los días raros
-Todo empieza aquí… En una hoja en blanco…
Un limitado espacio que a la vez se convierte en un mar de horizontes infinitos. Son aguas frías, desconocidas, pero resulta ilusionante zambullirse en ellas. Es entonces cuando la mente empieza a navegar y pierdes la conciencia de lo que te rodea, mientras te sumerges más y más en las profundidades de tus mundos interiores. Aun teniendo los ojos abiertos, lo que ves no es lo que tienes frente a ti. Aparecen paisajes que se vislumbran a tientas, entre destellos de espejismos, y fantasmas que se revelan deseosos de contar su historia. Un relato que se licúa entre luces y sombras, entre llamas que se tornan incendios y desiertos de arenas agitadas por el vendaval. Y, de pronto, de un hilo de silencio empiezan a zarpar palabras que se van engarzando unas con otras, agitadas por una emoción creciente. Es entonces cuando la pluma se convierte en tu brújula entre las tinieblas. Y señala un norte que te acerca a esa realidad imaginada.
El blanco es una infinidad que impone, con la que cuesta lidiar, pero que se va haciendo maleable cuando sucumbe al paso del acero. Y, poco a poco, se impregna de esos sueños capturados en océanos remotos y se empapa de ellos con la misma facilidad con que es absorbida la tinta en el papel. El trazo decidido va dejando presas las palabras en ese frágil cuadrilátero. A veces el avance es rápido, la pluma se desangra a borbotones y la magia aflora de su punta como un relámpago incontenible. Otras, el roce con la hoja ofrece la resistencia de la lija y parece que camines sobre cristales. Las letras flotan como globos o se hacen añicos. Son garabateadas con la libertad del viento o se retuercen entre espasmos dolorosos. Una dualidad placentera y angustiosa al mismo tiempo. Una locura temible y adictiva a la vez. Pero las palabras siguen apareciendo, no se detienen…
Escribiendo se destila una vida gota a gota, instante a instante, de la misma forma que nuestras propias vivencias van componiendo un relato que cada día debemos continuar. Y a veces, aunque mantengas los ojos abiertos, no eres capaz de ver la realidad. A días intensos les siguen días raros; días que queman y días que arden. Y surgen fantasmas y silencios. Y en ocasiones se pierde el rumbo, se tragan cristales y tu norte se desvanece…
Pero siempre hay un destello ilusionante capaz de mantenerte con la convicción de seguir escribiendo tu historia. El escalofrío que te hace sentir vivo. Fuerzas que se confabulan y sueños a los que te atas con nudos dobles. Esperanzas que no se quiebran con los vaivenes de un simple temporal. Encuentros y reencuentros engalanados en risas que aparecerán en un horizonte nunca lejano. Esa magia que la propia vida se encarga de administrar con la dosis justa y necesaria para curar los arañazos. Ese brillo en los ojos que se anhela y nunca se marchita…
Y al anochecer, cuando ha quedado todo escrito sobre blanco y cierras los párpados, tienes la certeza de que completar esa página ha sido una pequeña victoria… Y que con la luz del día, todo lo que está por escribir podrá hacerse realidad…
Mañana, al despertar, todo volverá a empezar ahí… En una hoja en blanco…
Ábrelo, ábrelo, despacio
di que ves, dime que ves, si hay algo,
un manantial, breve y fugaz entre las manos.
Toca afinar, definir el trazo
sintonizar, reagrupar pedazos
en mi colección de medallas y de arañazos.
Ya está aquí, quién lo vio,
baila como un lazo en un ventilador
quién iba a decir que sin carbón no hay reyes magos.
Aún quedan vicios por perfeccionar en los días raros
los destaparemos en la intimidad con la punta del zapato.
Ya está aquí, quién lo vio,
baila como un lazo en un ventilador
quién iba a decir que sin borrón no hay trato.
El futuro se vistió con el traje nuevo del emperador
quién iba a decir que sin carbón no hay reyes magos.
Nos quedan muchos más regalos por abrir
monedas que al girar descubran un perfil
que empieza en celofán y acaba en eco.
Vetusta Morla – Los días raros
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