Ho’oponopono

marzo 2nd, 2014

[La hoguera lleva ya un buen rato crepitando en medio de la soledad de una noche fría… El viento ha azotado durante todo el día con fuerza al protagonista, quien, sin posibilidad de refugiarse, se ha intentado cobijar entre unos arbustos para detener la sensación de agobio de un incesante vendaval… No siempre resulta el poner medios para abstraerse de una ventisca, pero si no se intenta, es seguro que el resultado no va a ser otro que ahogarse, incapaz de poder respirar y sepultado por la arena…

Por suerte la noche ha aparecido amainando el temporal… Y a pesar del frío, la pequeña fogata es capaz de mantener el cuerpo del protagonista con cierto calor, penetrando en una piel algo desgajada por las circunstancias… A pesar de todo lo vivido en los últimos tiempos, él parece ajeno a todo y se entretiene rasgando las cuerdas de un ukelele que parece haber encontrado en su camino por el desierto…]

-Esta semana ha acabado mi curso de cocina. En realidad es el segundo que he cursado, pero aunque dentro de un mes volveré a enrolarme en las filas de los aprendices, creo que esta vez voy a echar de menos a mi profesor. Porque realmente en las clases no sólo he aprendido a cocinar (mejor) y comer (mejor), sino que además he aprendido mucho a nivel espiritual…

Al igual que siempre me ha gustado aprender en la cocina (aunque me faltaba soltarme un poco más y perder el miedo a experimentar), también he creído siempre en lo que no vemos. Sí, somos humanos y nos creemos conocedores de todas las verdades del Universo. Así de arrogantes somos, cuando hasta hace poco no éramos más que unos monos grandullones. Pero, por mucho que sea «de Ciencias», y que debería ser una persona centrada en lo empírico y no en lo fantasioso, sigo pensando que hay mucho en esta vida que desconocemos, y que en el fondo hay cierta magia en esta existencia en la que convivimos que no podemos controlar.

Durante las clases, aparte de aprender a hacer quiches de puerro y bacon, milhojas de berenjena y calabacín o hamburguesas de salmón con romesco (entre otras delicias), he aprendido que todo es energía. Que la energía de los alimentos que comemos es luego la energía que pasará a nuestro organismo, y que por tanto, cuanto mejor sea esa energía, mejor podremos asimilarla nosotros. Por eso los huevos de gallinas de corral son infinitamente mejores que los que no son ecológicos. Porque esas gallinas habrán sido menos estresadas, y por tanto la energía que han transmitido a sus huevos será de mayor calidad. Y así sucede con todo lo demás… Hasta con las personas… Porque cuanto mejor tratas a una persona, mejor es tu energía hacia ella, y esa misma energía (que nunca se destruye, recordad de vuestras clases de física, sino que se transforma) puede venir a ti de la misma forma o amplificada.

-Pero bro -me dijo mi profe mientras fregábamos los platos-. La vida quería que tú aprendieras esto que estás viviendo. Y como no lo has hecho hasta ahora, te ha puesto en esta situación para que lo hagas.
-Lo malo es que para aprender tengas que recibir palos como estos -le repliqué yo.
-Claro. Pero, ¿vos creéis que lo hubieras hecho de otra manera?
Y yo tuve que decirle que posiblemente no.

Casualmente, mi profesor escapó de una situación parecida a la mía viajando a Hawaii para practicar aquello que más le gustaba: el surf. Y viviendo el día a día, sin preocuparse por el futuro: se dedicó a la jardinería, algo completamente distinto a lo que era su profesión, y allí intentó reconstruirse. Hace unos días, mientras estaba quitando la piel a un salmón, él, que suele estar hablando continuamente (como buen argentino), se quedó durante unos instantes en silencio en mitad del proceso. Luego nos pidió disculpas y nos dijo que en ese momento estaba haciendo «oponopono» (entonces no sabía ni cómo se escribía). Rápidamente, tuvimos que preguntarle por eso, fuera lo que fuera, ya que no parecía el nombre de nada culinario, como mucho quizás alguna técnica de corte que se nos escapaba. Y entonces nos descubrió esta técnica.

Floating Lanterns, Honolulu, Hawaii
Lámparas flotantes, Honolulu, Hawaii

En ese momento, él estaba dando gracias a un trozo de salmón muerto por la energía que nos iba a transmitir, y pedía perdón por haber tenido que morir para nosotros. ¿Era necesario hacer eso con un trozo de pescado que no iba a quejarse sobre la tabla de la cocina? Posiblemente no. Pero el nivel de paz que se consigue pidiendo perdón por lo hecho (o no hecho) y dando las gracias es realmente liberador. Y os lo digo por experiencia, porque en momentos en que mi cabeza empieza a traicionarme, recurro a ese mantra de las palabras mágicas «Lo siento, Perdóname, Te amo, Gracias» y vuelvo a tomar conciencia de mí mismo. Sinceramente, hacer las paces con uno mismo, no seguir culpándote por algo de lo que quizás no debas culparte, es realmente sanador. Tanto como otra gran pasión que ha venido asociada a esta nueva filosofía de vida.

Mi interés por la música hawaiana se remonta al verano de hace un par de años, cuando vimos la película Los Descendientes (aunque quizás debería decir que realmente lo fue al convertirme en asiduo a Bob Esponja). La película en sí me pareció muy reveladora. Pero su banda sonora me pareció aún más buena, hasta el punto que ese mismo verano, varias veces fue la testigo de unas vacaciones en las que estaba preparándome para el duro final de la carrera que se me venía encima.

La música de esas tierras, en especial las viejas grabaciones de los años 30 a 50 (de las que los señores de Melodías Pizarras son enormes divulgadores) me transmiten la serenidad que necesito ahora. Una paz interior que me permite pisar el freno de los recuerdos y ser consciente de que por mucho que los echo de menos, esos momentos ya no pueden volver. Que yo he hecho lo que he podido y que ahora tengo que volver a ser yo mismo. Curarme y seguir aprendiendo lo que la vida quiera enseñarme.

Debo seguir redescubriendo y desempolvando mi lado espiritual. Seguir creciendo y abriéndome a lo que el futuro quiere depararme. Integrarme aún más con esa vida que espera ahí afuera. Seguir siendo respetuoso con los demás y buscar lo que me llene, dando las gracias por lo que se me dio e intentando devolverlo convertido en otra energía.

Seguir acercándome a gente que quiera enseñarme y que me llene con sus conocimientos. Ser consciente de que me queda toda una vida para aprender. Estar dispuesto a seguir haciéndolo… Y ser agradecido por lo aprendido a través de las cosas buenas y de las malas…

Eliminar las toxinas y los pensamientos negativos. Aunque cueste, eso sólo lleva a un círculo vicioso del que es muy difícil escapar. Y si no odio a nadie, tengo que empezar por no odiarme a mí mismo… Porque me queda toda una vida que compartir conmigo mismo… Tengo tatuada mi conciencia a este cuerpo hasta que me toque despedirme de él… Con lo bien que me llevo ahora… :)

Y aunque la sigo echando mucho de menos, estar muy orgulloso de quien soy y de lo que estoy consiguiendo… Si antes era bueno, me estoy convirtiendo en alguien aún mejor… Es una pena que no pueda verlo ya… Soy una esponja… Estoy aprendiendo mucho…

[Entonces el protagonista prosigue con el rasgueo a su ukelele… No tiene ni idea de cómo tocarlo y las notas que salen de él son totalmente inconexas… Pero todo es seguir aprendiendo…]


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    (Patrick Ness)

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